Por Alberto Soler, Socio-Responsable del área de Consultoría Financiera en Blázquez & Asociados
Aunque no lo pongamos sobre el papel, cada uno de nosotros planifica y controla lo que hace en su casa y con su dinero: tenemos muy claro lo que pagamos cada mes por la hipoteca, los distintos recibos por suministros o lo que solemos gastar en nuestra visita de rigor al supermercado, de ahí que, en consecuencia, sepamos cuál es el disponible que tenemos para otros fines como el vestuario, el ocio y demás.
Algo que también sucede, casi siempre, cuando en vacaciones queremos realizar un viaje y sumamos distintos conceptos como el vuelo, el traslado al hotel, la reserva, etc. y analizamos, en consenso con nuestro/-s acompañante/-s, el coste total de cara a la toma de decisiones ante posibles incidencias: cambios de destino, viajes en low cost o quizá bajar alguna que otra estrella a nuestro alojamiento.
Dicho esto, entonces, ¿por qué algo que es absolutamente normal e imprescindible en nuestro ámbito particular y que hacemos de forma casi inconsciente, no lo aplicamos a nuestra empresa?, ¿por qué no planificamos, medimos y controlamos su actividad? Y ¿por qué no somos capaces de anticiparnos a los diferentes problemas que puedan surgir y evitamos enfrentarnos a ellos cuando ya han aflorado?
Suelo mantener conversaciones en este sentido con un gran número de empresarios y en general recibo respuestas del tipo “todo eso es para las grandes empresas”, “el personal administrativo no es capaz” o “los costes externos son muy elevados”, algo que, a mi juicio, está totalmente alejado de la realidad. Una pyme puede y debe gestionarse como una gran empresa, y el personal administrativo tendrá que ser capaz de hacerlo aunque sea con apoyo externo, compartiendo esfuerzos, pues gestionar el control no puede quedar fuera de sus capacidades: perder el control no es una opción.
Por definición, controlar consiste, básicamente, en verificar que todo salga como se había previsto al hacer la planificación. Si analizamos esta definición, encontramos dos preceptos básicos: por un lado, la planificación, que podemos englobar como un concepto inicialmente estratégico y posteriormente presupuestario; y por otro lado está la verificación. Es decir, planificar y olvidar en un cajón no sirve de nada, con una elevada frecuencia es imprescindible comprobar los “testigos” que nos indiquen cuáles son nuestras líneas rojas.
No pretendo descubrir nada nuevo y no me gusta recordar que, en mi opinión, y tras haber participado de una forma u otra en casi 200 situaciones de insolvencia, de reestructuración o de “muerte por inanición”, gran parte de las empresas que han desaparecido en los últimos años habrían tenido una gran oportunidad de continuidad de haber implantado, en su momento, mecanismos de control. Porque está claro que por mucho que una empresa cuente con magníficos planes, una estructura organizacional adecuada y una dirección eficiente, ésta no podrá verificar su situación real si no existe un mecanismo que se cerciore e informe de si hay correspondencia entre los objetivos y los hechos.
Existen varias etapas de control e instrumentos para este fin, como el control del presupuesto, la estadística o las auditorías, que permiten verificar la planificación tanto en relación a la contabilidad -análisis de los estados financieros- como a la rentabilidad de los recursos o la gestión global de la empresa.
Como respuesta a esta necesidad, términos como los de controller financiero o Interim Management se están implantando cada vez más en el mundo empresarial. Por eso considero urgente que las pymes den un paso al frente y asuman el control, literalmente: al igual que defendemos nuestras casas y familias como lo más preciado, defendamos nuestras empresas y grabemos “a fuego”, para no olvidarlo, aquello que debemos asumir como una obligación.